Un ejemplo de nuestra redacción de contenidos para la empresa de turismo activo Antares Naturaleza y Aventura.
No queríamos esperar al fin de semana para romper con la rutina. Vimos que en Antares se había programado una actividad que tenía muy buena pinta. Se trataba de una sesión de yoga, dar la bienvenida al otoño con un ritual celta y compartir una cena picnic, todo en la Cresta del Gallo (Murcia), de noche.
Un giro a la semana laboral
Nos pareció un plan inmejorable. Gente nueva, relajación, un ritual de antaño y, para terminar, una improvisada cena allí, en el monte, en plena noche, bajo las estrellas. Perfecto para darle un giro a la semana laboral y sentirnos mucho más que trabajadores súper ocupados.
Nos reunimos unas quince personas, más dos perros, en el Santuario de la Fuensanta a la caída de la tarde. Abajo en la ciudad hacía calor pero qué cambio de temperatura tan agradable allí arriba. No conocíamos a nadie pero la gente nos dio muy buena impresión, algunos venían solos otros acompañados pero todos con la sonrisa y las ganas de compartir una experiencia muy especial.
Abrir los canales de energía
Dejamos nuestros coches y caminamos con los últimos rayos de sol hacia una explanada rodeada de pinos. Allí preparamos nuestras esterillas; la monitora encendió velas según los colores de los chakras e incienso y puso una suave música. Nos dispusimos en semicírculo y comenzó la sesión de yoga, orientada a abrir los canales de energía y absorber ese cambio en la Naturaleza, justo esa noche, en el equinoccio de otoño.
Terminamos tumbados, mirando las estrellas, arropados por los pinos, la noche y la amabilidad de los desconocidos. Después pasamos al ritual celta Mabón. Al contrario que en la mayoría de los rituales, más que para desprendernos de aquello que no nos ha gustado, en este dábamos las gracias por todo lo bueno que habíamos tenido en el año anterior. Y es que esa certeza de que el año realmente comienza con el otoño, la tenemos todos, los celtas también.
Gratitud
Agradecer es abrir nuestro corazón y sonreír por todo lo que tenemos en nuestras vidas, salud, amor, suerte, paz, todo lo que nos hace felices cada día. Disfrutamos mucho del ritual porque nos ayudó a darnos cuenta de todas las cosas buenas que gozamos día a día, a veces sin darnos cuenta. Nos sentimos afortunados, mucho, y la gente que nos acompañaba en aquella velada tan especial, también.
Dimos paso al picnic. Compartimos nuestra comida y un rato de conversación en la oscuridad del monte, solo con el sonido del viento entre los árboles y los grillos. Charlamos sobre el Universo, la vida de cada uno, nos reímos con las bromas, en definitiva, disfrutamos de nuestra propia compañía en plena Naturaleza.
Abajo quedaba la ciudad, ajena a nuestro ritual celta, la energía que nos rodeaba y nuestra infinita gratitud por tan sencilla pero maravillosa experiencia.