Texto y fotos por Lydia González
Artículo publicado en la revista impresa Descubrir el Arte, noviembre 2024.
Llevaba años deseando ir a Grecia con tiempo para disfrutarla sin prisas. Qué menos que dos semanas para alejarse de los escenarios de las redes sociales y adentrarse en lo menos transitado. Por fin, llegaba mi momento a últimos de septiembre cuando la temida temporada alta ha pasado y aún reina la calidez del verano. En mi memoria guardo un paseo a los pies del monte Olimpo con sus piedras y troncos recubiertos de un musgo fosforescente y el intenso olor de la albahaca que el centauro Quirón recolectaba para sus remedios. Historias y fantasías mezcladas con tanto acierto. Disfruté de cada minuto en tierra helena, empezando por la vista en el avión de su accidentado relieve y las caprichosas formas de su costa. Me acuerdo de la sonrisa de la gente, de sus ganas de hablar y de recibir al extranjero, a una española como a una hija pródiga, por cierto. Somos familia lejana.
Atenas. Símbolo de Occidente. Cristales rotos, cartones en las ventanas y cabinas de teléfono recubiertas de mugre. Suciedad pegajosa adherida igual que la casta política al pueblo. Tres familias corruptas han ido sucediéndose en el gobierno griego. He aquí el resultado. La pureza del mármol del Partenón contrasta con una Atenas rebosante de contaminación y desidia. Pandillas de niños corren por las calles a ver lo que pillan. Mucho ojo con salirse de Plaka por la noche, la pobreza no perdona. Quedo impactada por la suciedad de los yonquis. Llevarán años sin dormir en una cama, comer una comida decente, darse una ducha. Su apariencia es lamentable. Así es como cuida el Estado griego de sus almas enfermas. Pobres diablos. Caminando por una de las céntricas avenidas, vi a una mujer sentada en el suelo que, sin esconderse, se acababa de chutar, tenía un pinchazo sangrante en el brazo; pensé así sangra Grecia. Y en todo este caos, te encuentras con el ágora, con la cárcel donde obligaron a Sócrates a tomar la cicuta, con el gigantesco templo de Zeus Olímpico frente a la plaza Syntagma donde los jóvenes claman al viento pidiendo un futuro que nadie ve.
En un bar de Ioanina, ciudad que difiere totalmente de la imagen soleada y azul, me decían las camareras aquí llueve casi todos los días y hace frío. Atenas es demasiado. Tesalónica es la mejor opción para vivir. Desde luego, Atenas es demasiado pero nunca suficiente. Con sinceridad, les dije que la civilización occidental debería pagarles un tributo en agradecimiento a su legado. Y les pareció justo. Lloviznaba, el cielo estaba gris. Visité la isla en la que hay un monasterio bizantino del siglo XIII. Pregunté cuántas monjas quedaban, me dijeron que una. Allí estaba aquella religiosa ortodoxa haciendo de guía turística, explicando la historia de los frescos de su capilla. No permitía echar fotos pero no pude evitar robar una imagen de las rosas que cultivaba la monja en su jardín. Rosas en su soledad.
Anduve por Calidromo, las montañas que presenciaron la batalla de las Termópilas, en la que los espartanos se quedaron a morir en una batalla perdida de antemano contra los persas tras el chivatazo de un pastor griego. Un guerrero solo podía volver a su Esparta natal victorioso con su escudo o sin vida sobre su escudo. En aquellos bosques flotaban sus espíritus y brotaban de la tierra delicados ciclámenes en su memoria.
Me preguntaron qué había sido inolvidable de este viaje, respondí que haber sentido la presencia de las cariátides porque irradian algo que te traspasa. Expuestas en el museo de la Acrópolis, en formación de a seis, esperan a que Reino Unido devuelva la mejor conservada. Cuánto beneficio del expolio de Grecia.
Hoy los helenos están muy lejos de ser lo que fueron, ahorcados por el horrible legado de los Karamanlis, los Mitsotakis y los Papandreou. Grecia para Occidente no es solo un país sino también un referente, un ideal pero visitarla es como buscar a Confucio en China y darse de morros con Mao; como buscar a Ramsés en Egipto y toparse con Mubarak. Siglos atrás, las tribus nuevas, absorbimos la cultura griega e intentamos eliminar muchos de sus vicios, el peor la corrupción. No ha tenido que pasar mucho tiempo para ver que volvemos al mismo punto. Las luchas internas agotaron a la Hélade; sus polis sólo se unían para luchar contra Persia y, enseguida, a retomar. He leído que si las situaciones adversas realmente nos hiciesen mejores ya deberíamos estar al nivel de los ángeles; también que lo único que aprendemos de la Historia es que no aprendemos de la Historia.
En este viaje, he visto el atardecer dorado desde los monasterios suspendidos en el aire en Meteora, bañado en el golfo de Corinto cerca de la estatua de El Quijote mirando al Peloponeso y en el mar Egeo frente al monte Olimpo, he pensado en el asombro de su pasado y la difícil realidad de su presente, pero sobre todo he visto a Grecia cultivando rosas en su soledad y en sus bosques brotar delicados ciclámenes en su memoria.